ME LO PONES FULL

ME LO PONES FULL


Autor: Inés Muñoz Aguirre

domingo, 17 de octubre de 2010

CAPITULO 6


Osman José se levanta y gira hacia los pasajeros. Oigan. Ustedes chamos. Es con ustedes. El grupo de jóvenes lo mira. Hacen gestos entre ellos de total incomprensión. Está bien que lean lo que escriben. En este autobús hay libertad de expresión. Pero cuidao, porque esto es como dicen en la radio “Todo usuario”. No pueden ser tan duros con la vida. ¿Qué vaina es esa de zumbarse por la ventana y estrellarse en el piso?  En una situación de esas los quisiera ver.
Todos escuchan callados. ¿Será que nadie entendió? Sólo se escucha el ruido de la calle y la música del radio. Osman había tomado la precaución de bajarle el volumen para poder hablar. Mira por el retrovisor, todos están tranquilos. Esta vaina de tener un autobús es como ser maestro de escuela. Vuelve a su trabajo. El tráfico no se mueve. “Usted abusó, sacó provecho de mí, abusó. sacó  partido de mí abusó, de mi cariño usted abusó. Y me perdona, por seguir con este tema yo no sé escribir poema ni tampoco una canción, sin un tema de amor. Que vaina tan buena, piensa. Ni que la hubiera mandao a poner pues. Esa Celia cruz era lo máximo.

En el autobús todos quedaron como muertos. La poeta del pirsin se conectó unos audífonos y quedó como que si nunca hubiera dicho nada.

La mujer embarazada suda. Pee.pee.peeee. Coño e tu madre, no toques más esa corneta. La mujer embarazada mira implorante. No me siento bien. Pee.pee.peeee. Se acomoda en el asiento. Le duele la cintura. Uno de los muchachos grita: Ese motorizado le arrancó la cartera a la señora que iba por la acera. El hombre que está al lado de la mujer embarazada se levanta para dejarle más espacio. Todos los pasajeros se agruparon en las ventanas que dan hacia la acera. Ya ese no lo agarran. Todos comentan al mismo tiempo, no se entiende lo que dicen.

Oye hermano ábreme la puerta, que me bajo aquí. Osman abre, el tipo se baja. Seguro que caminando llega más rápido que si se quedaba en el autobús. Mira el reloj. Hoy va a ser un día de mierda. Metido en este tráfico apenas si me alcanzan los reales, que logro hacer. Se seca el sudor con el dorso de la mano. Esta vaina de que cualquiera podía comprar carro, jodió la ciudad. Osman trata de ver de dónde viene el comentario. Es un hombre que ya ha visto montarse en el autobús repetidas veces.  Claro, hay gente que sale a su trabajo todos los días a la misma hora. Así es hermano. Contesta Osman para no pasar por mal educado. Los demás pasajeros saciada su curiosidad, regresaron a sus asientos.

Lo primero que tiene que hacer un gobierno es solucionar el peo del trasporte público, mi hermano. Aquí, en esta vaina somos al revés. En las grandes ciudades del mundo los estacionamientos públicos cuestan una bola, para que la gente no saque los carros, aquí bajaron los precios de los estacionamientos; al revés, al revés. Al revés. Un día esta vaina va a colapsar y los carros no se van a mover ni para delante ni para atrás. Osman suspira mirando hacia afuera. Este viejo debe ser un universitario. Habla bien caray. Y tiene razón en todo lo que dice.

Osman escucha un quejido fuerte. Otro y otro. La del pirsin se para. Está al lado de la mujer embarazada. Osman entra en pánico. ¿Que fue, que pasó? El poeta joven responde: La madre naturaleza haciendo de las suyas. Mete el freno de mano. ¿Qué vaina es? El muchacho se le acerca. Va  a parir chico, va a parir. Apaga la radio. No me echen esa vaina. Un médico, un médico. La del pirsin se ríe. ¿Y este carajo cree que esto es un avión?

domingo, 10 de octubre de 2010

CAPITULO 5

Discos. Películas quemadas. Mani, platanitos. Tan buenas, amigo. Osman chequeaba por el retrovisor. El viejo vendía de todo, pero nadie compraba nada.  La vaina no está buena. A penas si a la gente le alcanza pal´pasaje. Después se subió un jovencito con un termo de café. Toda la vida me ha encantao el café. Bebo hasta cinco al día. Es pasable, a pesar del punto de azúcar que está de más. Le paga.  Vamos chamo pa bajo, que tengo que arrancá. Es muy temprano y hace frío. El palo de agua de anoche fue otra vez bestial. Se siente la humedad y las calles están más sucias que lo normal. Tengo que andá con cuidao, no se vaya a meté una vaina de esas en un caucho y me joda. ¿Cuánto costarán? Seguro que un ojo de la cara. Osman se preocupa. Nada le puede pasar, ni a él ni a su autobús. Todo lo que gana es para pagar el bendito préstamo. Cualquiera que ve las fotos del alcalde que han repartido por allí, piensa esa tremenda nave se la regalaron. No fue así. Lo que sucedió en realidad es que la alcaldía firmó un convenio con el banco para obtener unos préstamos. Sirvió de intermediaria, pues. Que vaina con los bancos. Si le prestaran a uno directamente, nos facilitarían el camino y no tendríamos que andar detrás de los políticos, que lo que hacen es aprovecharse.
El autobús se detiene en la parada de Los Palos Grandes. Allí se suben tres jóvenes.  Un poco raros. Es que todos estos muchachitos que viven en las casas; son tan extraños.  Les encanta un corte insólito. Un maletín que tenga dibujos, imágenes o fotos. Unos pantalones a media pierna. Tan feas, siempre peluas. Las mujeres pueden enseñá sus piernas porque las tienen lisas y bonitas. El autobús está casi lleno. Uno de ellos se levanta con una libreta en la mano. Lee.  Esta ciudad me produce nauseas/ tiemblo al perfil del ocaso/ Me contamino de smog/ Me deslizo por las alcantarillas /buscando respuesta/ En esta ciudad las ratas hacen fiesta/ vomitan el alma de cada transeúnte/
Nadie voltea. Ni los miran. Tampoco aplauden. Sólo una muchacha parecida a ellos. Tiene un pirsin puesto en la nariz. Los tres muchachos la miran entusiasmados. Osman trata de no perder detalle, pero en ese momento se sube al autobús una joven  que parece estar a punto de parir. Epale vale, cuidao con una vaina y me nace el muchacho ese aquí.  La mujer apenas sonríe. Se nota que no aguanta el peso para subir los escalones. Se sienta justo detrás del chofer. Respira profundo.
Miré a través de la ventana/ Piso 26/ Abajo el pavimento me espera/ Me lanzo/ Mi cuerpo como una masa amorfa/ viaja a no sé cuantos kilómetros por hora/ Me estrello contra el pavimento y me esparzo/ El sueño se ha realizado. 
Osman José no puede evitar un frenazo. La del pirsin acaba de leer unas líneas que tenía escritas en alguna parte. Los tres muchachos aplauden emocionados, mientras el resto de pasajeros los contempla llenos de terror. Un tipo que va al fondo grita: Nooo jeva. Tu lo que estás es fumaaa.

domingo, 3 de octubre de 2010

CAPITULO 4


El voto de Osman José, fue voto de fiesta, correspondía a una mitad. El voto de Perucho también. Reflejo de la otra mitad. Aquel lunes en la mañana se encontraron temprano bajando del barrio; Osman para el estacionamiento donde guarda el autobús y Perucho para la casa del partido. Se saludaron efusivamente el uno al otro.  Los dos tenían que celebrar, aunque no sabían muy bien porque, tenían claro que algo había cambiado y que los de un bando y del otro comenzarían de nuevo a saludarse. Como ocurría cuando unos eran blancos y los otros eran verdes. Cada quien iba a su marcha, pero después bebían todos juntos.
Las calles estaban casi vacías porque la gente se había trasnochado esperando los resultados de las elecciones. Osman estaba claro; si no salía a trabar no comía.  Así que día tras día emprendió su recorrido a las cinco en punto de la mañana – Hijo - decía su madre – deberías salir un poco más tarde, por el peligro pues…por ahí anda mucho bicho malo suelto. Osman sonreía, para disimular, no porque nos sintiera miedo cada vez que salía de la casa.
La semana fue más o menos tranquila. El trataba de acostumbrarse  a la ruta que iniciaba en la Rómulo Gallegos a  la altura del Marqués, atravesaba toda la avenida y frente al Parque del Este se montaba en la Francisco de Miranda hasta Chacaito.  A veces, escuchaba la radio, pero si quería estar al tanto de todo lo que pasaba, prefería escuchar a los que se montaban en el autobús. Que si Borges dijo que Capriles es el candidato; que si el Presidente regañó a una periodista; que si los palos de agua están acabando con los pobres, que sin los muertos del fin de semana son como la guerra; que si todos los del partido se dan cuenta de que el pueblo se arrechó menos el presidente y aquel – ¡Tu a mi no me gritas, carajo! Que le hizo clavar los frenos  y tratar de ver por el retrovisor lo que estaba sucediendo.
Aquella noche decidió comprar una cartulina donde escribió “Aquí no se habla de política”. Estaba harto – Cualquiera se cansa de esta vaina; unos tiran pa´un lao y los otros tirán pa´otro y eso no nos interesa; aquí lo que hace falta es que se dediquen a trabajá. ¿O será que ninguno de ellos anda por estas calles llenas de huecos?
Algunos pasajeros veían raro el cartel, cuando se detenían a pagar. Osman tomaba el dinero indiferente. No estaba dispuesto a aceptar ni el más mínimo reclamo. El sonido de la corneta del autobús que estaba parado al lado logró sobresaltarlo - ¿Qué fue, qué pasó mi hermano? – Gritó a voz en cuello por la ventana. Encima se le trataba de colear. En el descuido se montó en el autobús un hombre mayor, delgado, con un sombrerito de cogollo tapándole el escaso cabello que le quedaba. Una pequeña caja colgaba de su pecho, sujeta por una gran cinta a ambos lados…

domingo, 26 de septiembre de 2010

CAPITULO 3


Osman saltó de su cama. Corrió al baño, mientras miraba el reloj que solo se quitaba para darse un baño. Las cuatro de la mañana. No fue el despertador lo que llamó su atención. El toque de una diana, que alguien se atrevía a sonar por todas las calles del barrio, alborotaba los sentimientos.
-Callate, coño é madre – escuchó a lo lejos, mientras se cepillaba los dientes lo más rápido que podía y su vieja le acercaba la taza de café - Aquí tienes Osman José; calientico – El entusiasmo del primer día de trabajo acabó con las ganas que tenía de quedarse durmiendo hasta el mediodía. Éste era un domingo especial, día de estreno de su autobús y día de elecciones parlamentarias.
La calle estaba sola; uno que otro muchacho corría con la franela morada en las manos, pendiente abajo. Otros la lucían orgullosos, casi que dispuestos a llevar un uniforme de por vida, si fuera necesario.
El torrencial aguacero que cayó hasta la medianoche había dejado su huella, un río de barro y piedra bordeaba los restos de la antigua acera y se acumulaba en lo que en otro tiempo seguramente fue una alcantarilla principal. En el barrio de Osman no había ni una obra nueva, esa era una verdad que muchos se negaban a aceptar.
Finalmente estaba allí en el estacionamiento. Encendió el motor y salió dispuesto a apoderarse del mundo. Prendió el radio que dio paso a “Caballo viejo” de Simón Díaz.  Subió el volumen mientras se acomodaba en el asiento, se dio un vistazo en el espejo retrovisor y arrancó. Dos cuadras más abajo en la parada principal un grupo de gente estaba esperando.
Todos subieron al autobús, uno tras otro. Hablaban entre ellos; no había duda de que andaban juntos, las franelas impedían que pasaran desapercibidos. Osman los observaba por el retrovisor, se reían y hablaban entusiastamente. Finalmente la voz de uno de ellos se sobrepuso justo en el momento en el que Osman esperaba pacientemente que subiera al autobús una señora que fácilmente podría tener unos 80 años -  Hay que votá compañeros, pa´defendé esta revolución- prácticamente gritaba  – La señora que acababa de montarse replicó – Pa´defendé la democracia querrás decí – Todas las voces se elevaron a un tiempo, las de los que estaban en el autobús y las de los que se estaban montando. Osman metió el freno y se levantó, haciendo uso del poder que le confería ser el dueño del tranporte “En esta vaina, no se habla de política”. Alguien pitó - ¿Quién fue? ¿Quién fue el que pitó? Se desplazó por el pasillo central, viendo a uno y otro. Los pasajeros lo ignoraban, como que si no fuera con ellos. Unos miraban a la izquierda y otros miraban a la derecha. Una mayoría, aunque con la cabeza baja, mantuvo su mirada al centro y escuchó silenciosamente las razones de aquel hombre, algo angustiado.
Molesto, Osman continuó la marcha. Sólo se escuchaba la música de la radio. Cuando llegó a la redoma encontraron un grupo lanzando fuegos artificiales, con la diana de fondo y las franelas moradas predominando. La mitad de los pasajeros se bajó en medio de un alboroto.
-Mira, mira el camión con la foto del candidato – gritó uno de los que observaba a  través de los ventanales panorámicos. Esa otra mitad de pasajeros, se bajaría unas cuadras más adelante. En la acera una larga cola hablaba de la disposición de la gente. Osman decidió que el también tenía que votar.  Un nuevo grupo de pasajeros se quiso subir pero rápidamente les hizo señas que no. Avanzó lentamente hasta que se pudo estacionar.

domingo, 19 de septiembre de 2010

CAPITULO 2

Carla lo miró a los ojos y Osman no resistió. La dejó subir sin poder apartar de ella su mirada. Carla sonrió. Se las sabía todas.
-Te felicito Osman, está bonita la unidad. Creo que tienes que ponerle en el vidrio de atrás, unas palabras de agradecimiento
-Por mi no será – comentó el Alcalde quien se acercó solicito a pesar del escándalo que continuaba afuera- no necesito agradecimientos de ningún tipo, lo único importante es la fidelidad al partido
-Cuente con eso – dijo Osman sin apartar la vista de aquella  mujer que lo volvía loco
-Que vaina con esta gente – comentó – es que en este país ahora no se puede hacer nada en paz. Hace unos cuantos años atrás entregar unos autobuses era motivo de fiesta, ahora uno sabe que la fiesta se volverá un problema.
-Señor Alcalde – tenemos que irnos – la voz firme de uno de los diez guardaespaldas que lo protegen a diario alertó – cierre la puerta y encienda la unidad, usted tiene que sacarnos de aquí porque los opositores al partido morado están buscando problemas.
Osman obedeció de inmediato. El sonido suave del motor nuevo inundó sus oídos. El Alcalde se sentó detrás de él, protegiéndose detrás del joven chofer. El guardaespaldas se apostó firme en la puerta, mientras que Carla se acomodó dos asientos más atrás. Osman la vio a través del retrovisor y se apresuró a guiñarle el ojo. Ella sonrió. El aceleró suavemente y vio como la gente se apartaba sin problemas cediéndole el paso.  Estaban tan concentrados en discutir los unos con los otros, que hasta olvidaron que a bordo se escapaba la “autoridad”.
Osman se concentró en la amortiguación perfecta; ni todos los huecos de la calle hacían mella en aquel suave vaivén. Sus manos se deslizaban acariciando el volante y su cuerpo se acomodaba a lo mullido del asiento, cuando escuchó la voz  firme y clara – deténgase en la próxima esquina – Allí estaba la comitiva del Alcalde esperándolo, un gran carro último modelo, tres camionetas y dos motos. Detuvo el autobús y abrió la puerta. El Alcalde le tendió la mano – Suerte compañero, fájese  a trabajar para que pague el préstamo puntualmente – Salió sin volver la vista atrás.
La vida está siendo demasiado buena conmigo – pensó, mientras vio a Carla caminar moviendo sus caderas como sólo ella sabía hacerlo  directamente hacia él. Osman sonrió, se pasó la mano por la cabeza, tratando de aplacar su cabello, porque no siempre sabía qué hacer con él. Carla balanceó la pequeña cartera roja que llevaba en sus manos, una y otra vez y sin apenas mirarlo, pasó por su lado – Que te vaya bien; Osman José. La puerta de carro del Alcalde se cerró tras la imagen de aquellas piernas que lo volvían loco. Osman quedó allí, viendo como la mujer de sus sueños se había escapado en medio del torbellino generado por la enorme comitiva

domingo, 12 de septiembre de 2010

CAPITULO 1

Osman cayó de rodillas y sujetando el parachoques fuertemente con ambas manos, estampó sobre él un sonoro beso. Los aplausos retumbaron. Osman se levantó lentamente mirando al Alcalde quien le entregó las llaves del autobús. Los clicks de las cámaras hicieron lo suyo; todo por registrar para el futuro, las buenas acciones del gobierno de turno. Finalmente, después de unos siete años de papeles van y papeles vienen, el sueño se había hecho realidad. Una lágrima traicionera rodó por la mejilla de un chofer que desde los 18 años había soñado con tener su propia “unidad”. El Alcalde le tendió la mano derecha, mientras pasaba la izquierda sobre la cabeza de Bernardo, el más pequeño de la cuadra; de unos siete u ocho años quizá; los ojos pelados y una sonrisa amplia.  
Bernardo, el muchachito; dijo  a plena voz - así quiero ser cuando sea grande-  Osman sonrió, pero el halago no era para él, era para el señor Alcalde. Todos los del barrio estaban allí, Petrica, Erasmo, José, El Negro, María; Yuribitzay; El Chino; Patica é pollo y muchos más. Así como estaban unos cientos de desconocidos que llevaban franelas moradas, porque así se mueve el partido. Perucho lo sabía, la franela se la habían tirado encima – Si te la pones, puedes ir a la entrega,  Si no te la pones, no vas – Perucho decidió ponérsela porque Osman era su amigo desde pequeño; con el que jugaba metras y volaba papagayos.  No quería faltar ahora que le iban a entregar su tremendo autobús. – Eso es como tener un apartamento en el este de la ciudad. Es como lo máximo; es una vida nueva.
Osman se cansó de aquel alboroto a su alrededor, apretó el botón del control y la puerta se abrió. – Tecnología pura, pues – pensó sin hacer ningún comentario. Adentro olía a nuevo. Respiró una y otra vez, porque jamás se imaginó que llegaría a tener una experiencia como esa. Desgraciadamente el Alcalde se subió detrás de él y se sentó de inmediato en el asiento del chofer. Desde allí sonreía, saludaba por la ventanilla, tiraba besos y soltó un aire disimuladamente, cuando estaba a punto de experimentar un nuevo retorcijón de barriga.
Osman vio, como aquella aglomeración de gente se comenzó a mover como una ola. Se inició un forcejeo. Las voces se alzaron. El alcalde muerto del susto corrió hasta el fondo del autobús. Unas bombas llenas de agua se estrellaron contra los policías. Osman sintió terror, no podía ni imaginar que le hicieran algo a su autobús. Se acercó a la puerta con la intención de cerrarla, cuando la vio allí; con los senos a punto de reventarle la blusa que llevaba puesta. Carla; la mujer de sus sueños; la que tantas veces lo ignoró cuando él la saludaba, estaba allí…